Eleuterofobia o miedo a la libertad

Generalmente la libertad es vista como algo positivo, deseable, es un ideal por el cual se han levantado naciones y se han peleado muchas batallas. La conquista de la libertad en la historia de la humanidad ha llevado a personas a cometer actos heroicos, pues se considera uno de los más altos valores.

¿Será posible entonces que le tengamos miedo a la libertad? ¿Existe una fobia vinculada a algo tan supremo como la libertad?

Erich Fromm, reconocido psicólogo social, de origen alemán, escribió en 1941 un libro titulado: “El miedo a la libertad”. Según este autor, de una u otra forma todos tenemos miedo a la libertad, pues la libertad nos lleva a ser individuos independientes de la sociedad, pero esto nos aísla también, por lo que tememos perder nuestros lazos afectivos y así terminamos renunciando a nuestra libertad.(1)

Eleuterofobia: el miedo de los esclavos

La eleuterofobia es el miedo irracional e incontrolable a ser libres, a valernos por nosotros mismos y a tomar nuestras propias decisiones.(2)

Esta no es una fobia reciente. Se dice que en realidad se trata de una fobia muy común entre los esclavos, los cuales habían estado subyugados al poder de un amo. Ellos no podían decidir nada sobre sus propias vidas, pues todas las decisiones recaían en el amo.

¿Qué pasaba, entonces, cuando un esclavo era liberado? La mayor de las veces se sentía aterrado, no había aprendido a valerse por sí mismo, no había conquistado su independencia, dependía del amo para poder sobrevivir. Así, el esclavo puesto en libertad entraba en pánico, la ansiedad se hacía extrema y le era muy difícil aprender a valerse por sí mismo. A ese temor se le llamó entonces eleuterofobia.

Pero si hoy en día la esclavitud ya no existe, ¿por qué seguimos hablando de eleuterofobia?

Si nos ponemos a pensar un poco, nos podremos dar cuenta de que la esclavitud como tal se ha suprimido, sin embargo, existen muchas otras formas de esclavitud moderna que, al romperse, pueden hacernos sentir igual de perdidos que los esclavos de épocas pasadas.

Somos esclavos del dinero, esclavos del trabajo, esclavos de nuestras propias relaciones interpersonales, esclavos de nuestros propios miedos e inseguridades; sin duda, somos esclavos en muchos sentidos. Romper estas cadenas mentales muchas veces puede ser más difícil que romper las cadenas físicas.

Miedo a la libertad

¿Qué nos hace esclavos hoy en día?

Ahora os presentamos algunos ejemplos en los que existe una relación de esclavitud entre nosotros y distintos objetos:

La esclavitud del dinero

No es necesario reflexionar mucho para llegar a la conclusión de que una de las cosas que más nos ata y, por lo tanto, nos hace menos libres, son nuestras necesidades económicas. Sin duda, muchos me podrán decir que sería iluso pensar en vivir en el mundo real sin dinero, puesto que no cabe duda de que el dinero es necesario para vivir. Pero en la sociedad de consumo en la que vivimos, llega un punto en que nos convertimos en esclavos de las cosas que tenemos.

Facundo Cabral, gran cantautor argentino, lo resumía muy bien con esta frase: “mano ocupada es mano perdida, es decir que el conquistador, por cuidar su conquista, se convierte en esclavo de lo que conquistó”.

Cuántas veces hemos comprado cosas que en realidad no necesitamos. Nos endeudamos para obtener el auto del año, porque el coche que tenemos ya no nos satisface. Tenemos el armario lleno de ropa, pero necesitamos un traje nuevo para ir a una fiesta, y así terminamos trabajando tantas horas al día que no nos queda tiempo para disfrutar de todo lo que compramos.

La esclavitud de las expectativas de otros

Ser libre es ser independiente y poder decidir por nosotros mismos. Pero, ¿nunca hemos decidido en función a lo que otros quieren o esperan de nosotros? ¿Nunca hemos limitado nuestro accionar por miedo al qué dirán? Si bien es cierto que es normal que queramos agradarles a los demás, ¿hasta dónde debemos renunciar a nuestra propia libertad por los otros?

Somos seres sociales y determinar hasta dónde debe primar nuestra propia libertad o, más bien, hasta dónde debemos buscar formar parte de un grupo, es una cuestión compleja. Pero, a veces, dejamos de pensar por nosotros mismos y nos sometemos a los criterios de otros simplemente por temor a sentirnos aislados.

Lazos que atan

Ser libre es no depender de nadie. Pero muchas veces generamos lazos que nos unen a otros, relaciones de las que no nos podemos desprender. A veces es nuestra pareja, a veces son nuestros padres. Es como si no lográramos ser totalmente independientes, pues siempre necesitamos de otra persona.

Sin duda hay personas más dependientes que otras. Hay quienes aceptan una relación tormentosa, o con violencia familiar, solo por sentir que sin esa persona morirían. Podríamos decir entonces que existe una fuerte dependencia emocional que restringe la libertad de estas personas.

Miedo a la libertad

¿De dónde nace el miedo a la libertad?

Los seres humanos somos una de las especies que cuando nace se encuentra más indefensa. El bebé humano no lograría sobrevivir sin los cuidados de la madre. Entonces nacemos dependientes y con el devenir de los años nos vamos independizando.

Sin embargo, no siempre concluimos adecuadamente este proceso, no siempre conquistamos nuestra libertad. A veces nos quedamos como personas dependientes.

Dependemos de otros para tomar decisiones, dependemos de otros para realizar algunas actividades, dependemos de otros para sentirnos bien.

¿Por qué es tan difícil romper la dependencia y volvernos plenamente libres?

La libertad es, sin duda, un ideal maravilloso. La libertad nos trae muchas cosas buenas, pero como todo en la vida, en la libertad también existe la otra cara de la moneda: La responsabilidad.

La libertad y la responsabilidad están unidas la una a la otra de forma inseparable. Algunos piensan erróneamente que ser libres es hacer los que nos venga en gana sin tener que sufrir las consecuencias. Sin embargo, por más que queramos, cada vez que hacemos lo que nos da la gana tenemos que pagar las consecuencias de nuestros actos.

Si, por ejemplo, decidimos un día no ir a trabajar, afrontaremos las consecuencias derivadas de ello, a saber, que nos descuenten el día o nos despidan. Si decidimos beber en exceso y manejar deberemos asumir las consecuencias de nuestros actos, que podrán implicar desde una multa de tránsito hasta un fatal accidente. Todas nuestras decisiones, sin excepción y desde las más simples hasta las más complejas, traen consecuencias y debemos asumirlas.

Algunas veces podemos pensar que le hemos sacado la vuelta a la vida y que hemos logrado hacer nuestra voluntad sin sufrir consecuencia alguna, pero en realidad esto no es más que una fantasía. La vida tarde o temprano nos pasará la factura.

Volvamos al ejemplo anterior: vamos a suponer que un día tomamos unas copas y aun así decidimos conducir camino a casa. Tenemos la suerte de no accidentarnos y ningún policía nos detiene, en otras palabras, no pasó nada. Entonces creemos que hicimos algo sin consecuencias, de tal modo que al siguiente fin de semana decidimos que después de todo, beber y conducir no es tan grave y que podemos tener todo bajo control y volverlo a hacer sin problemas. Lo hacemos repetidas veces, y cada vez con mayor descontrol, hasta que de pronto un buen día, sufrimos un accidente grave.

Las consecuencias de beber y conducir la primera vez han sido graves, pues nos incitó a pensar que no pasaría nada y que todo estaba bien, lo que nos llevó a seguir exponiéndonos al peligro hasta que las cosas se tornaron demasiado serias.

Renunciamos a la libertad por comodidad

¿Cuál es, entonces, la manera más sencilla de evitar las consecuencias? Pues es simple: no tomar decisiones, dejar que sean otros quienes decidan por nosotros mismos.

Es como cuando le preguntamos a un niño pequeño por qué hizo tal o cual cosa, generalmente y sin pensarlo mucho suelen responder: Es que mi amigo, mi hermano, mi vecino, mi mamá, me dijo…

A veces como adultos queremos actuar igual y entregamos nuestra libertad en manos de alguien más para que tome las decisiones que nos da miedo tomar.

¿Qué pasaría, entonces, si de pronto nos declaran libres, nos dicen que ya no habrá nadie ni nada en el mundo que decida por nosotros? Seguramente estaríamos aterrados. O, en otras palabras, sufriríamos de eleuterofobia.

¿Cómo vencer el miedo a la libertad?

La única forma de vencer el miedo a la libertad es hacernos más libres. Es decir, más autónomos, más independientes, más dueños de nosotros mismos, y para ello es necesario romper con nuestras propias esclavitudes y, sobre todo, hacernos responsables de nuestras decisiones y de nuestros actos.

La buena noticia es que nos convertiremos en seres más plenos, más autorrealizados, nos convertiremos en mejores seres humanos.