¿Alguna vez dejaste pasar una buena oportunidad en tu vida solo por temor a fracasar? Muy probablemente tu respuesta sea que sí, pues todos en la vida hemos sentido en algún momento miedo a que las cosas nos salgan mal, miedo a equivocarnos; en buena cuenta, todos hemos experimentado el miedo a fracasar.
Pero, ¿qué pasa cuando este miedo se vuelve tan grande que llega a paralizarnos? ¿Puede este miedo llegar a convertirse en una fobia que nos impida desarrollarnos plenamente?
La atiquifobia, no es otra cosa que el temor excesivo e irracional a fracasar. Al igual que todas las fobias, genera marcados síntomas de ansiedad y puede llegar a afectar nuestras vidas de formas considerables.(1)
El miedo al fracaso en particular puede ser muy paralizante, ya que quien la padece evitará hacer cosas en las que existe la posibilidad de fracasar; de este modo, y sin quererlo, también limita sus posibilidades de tener éxito. Por lo tanto, las personas con miedo al fracaso terminan sumidas en la mediocridad. Sin metas nuevas, sin éxitos, sin fracasos.
Esta conducta, que inicialmente buscaba apaciguar la ansiedad que genera el temor al fracaso, termina haciendo sentir a la persona frustrada, deprimida y con una baja autoestima, pues no tiene la oportunidad de demostrarse a sí misma de lo que es capaz.
¿Qué causa la atiquifobia?
Aunque pueden existir factores genéticos que condicionan la poca tolerancia al fracaso. El factor más importante de este miedo irracional suele tener su origen en la infancia. El modo en que hemos sido criados puede determinar nuestra actitud ante el fracaso y la adversidad.
Veamos algunas variables que pueden estar presentes en la crianza y que pueden condicionar a futuro un temor excesivo al fracaso:(1)
Cultura de la competencia: Vivimos en una sociedad sumamente competitiva donde para que uno gane el otro tiene que perder. Desde pequeños competimos con los amigos para ver quién es el más rápido, el más fuerte, el más inteligente, entre otras cosas.
Pocas veces se nos enseña que si uno es bueno en matemática el otro puede serlo en lenguaje, en tanto que el otro tal vez lo será en deportes. Nuestra educación se basa en la competencia. Y aunque nos digan que lo importante no es ganar sino participar, quien gana se lleva los premios, los aplausos y el cariño de todos.
Aprendemos, entonces, desde niños que perder está mal y que debemos evitarlo a toda costa. Nos sentimos mal cuando perdemos porque nos cuesta mucho entender que fracasar es parte de aprender, nos cuesta demasiado entender que a veces se gana y a veces se pierde.
Premiar el resultado y no valorar el esfuerzo
Otro error que suelen cometer los padres y los educadores es premiar el resultado final y no el esfuerzo desplegado para conseguirlo. Veamos un ejemplo:
Pedro y Juan tienen 8 años y están aprendiendo a jugar al básquet. Pedro tiene cierta habilidad natural para el deporte, por lo que con rapidez consigue realizar los movimientos que el entrenador le pide. Encesta la mayor parte de las veces, es en general lo que se conoce como un buen jugador, y como Pedro sabe que es bueno, a veces se relaja y no va a entrenar, no le pone muchas ganas.
Juan en cambio, tiene muchos deseos de aprender a jugar al baloncesto, nunca falta a clase y hasta entrena horas extra por su cuenta. No tiene la misma habilidad que Pedro, pero se esfuerza mucho en aprender y en seguir las órdenes del entrenador.
Cuando llega el día de definir qué chicos serán incluidos en el equipo de básquet el entrenador elige a Pedro y le dice a Juan que siga esforzándose y que será para la próxima vez.
A través de este hecho aparentemente intrascendente es posible que Juan haya aprendido que no vale la pena esforzarse, o incluso peor, tal vez Juan haya aprendido que es mejor no intentarlo para no tener que escuchar un no por respuesta.
Exigencias demasiado altas
A veces los padres o los educadores pueden estar exigiendo al niño por encima de su capacidad real, lo que inevitablemente lo llevará a la frustración y al fracaso.
Recuerdo especialmente que cuando estaba en la primaria, uno de mis mejores amigos estaba considerado como el mejor alumno de la clase, siempre sacaba buenas notas en casi todas las materias y era un alumno modelo. Sin embargo, me llamaba mucho la atención que se angustiara cuando no lograba la calificación más alta.
Él necesitaba sacar siempre un 10. No le bastaba con hacerlo bien, quería que fuera perfecto. Cuando le pregunté por qué, me comentó que su padre siempre le decía que él podía dar más, que podía mejorar.
De esta manera, las buenas intenciones de su padre terminaron generando en él un estrés innecesario, una sobreexigencia que terminaba saturándole y tal vez hasta le hacía entrar en barrena. Muy probablemente, ahora que es adulto, será difícil para él verse en una situación de fracaso, pues no ha aprendido a convivir con el fracaso como una parte más de la vida.
Malas experiencias pasadas
A pesar de que siempre busquemos ganar, y de no conformarnos con lo bueno, sino querer llegar siempre a la perfección, lo más probable es que en algún momento fracasemos.
Cuando esto ocurre en la infancia, los adultos deben enseñar a los niños a manejar los sentimientos de frustración e impotencia, que son propios del fracaso, así el niño aprenderá que no es el fin del mundo y que lo puede volver a intentar.
Sin embargo, a veces ocurre todo lo contrario, hacemos sentir mal a la persona que fracasó, le reclamamos no haber puesto más de su parte, nos molestamos, y hasta incluso lo humillamos. Esta experiencia hace que la situación de fracaso sea vivida de una manera mucho más dolorosa y traumática, por lo que no sería de extrañar que esta persona no quiera volver a pasar por una situación similar nunca más.
Del miedo al estancamiento
Con todo lo dicho anteriormente, podemos entender perfectamente las razones por las cuales una persona no querrá volver nunca más a pasar por una experiencia de fracaso. Los sentimientos generados en las situaciones anteriores han lastimado su autoestima, produjeron dolor y rabia. Es lógico que evitemos vivir nuevamente esos sentimientos.
El problema surge porque en la vida todo implica un riesgo, no importa si lo que queremos hacer es iniciar un negocio, comenzar una relación o simplemente llenar un crucigrama; siempre tendremos dos posibilidades: el éxito o el fracaso.
Entonces, ¿cuál es la única forma de no fracasar? Pues no intentarlo. Si no lo intento no hay forma de que lo haga mal, si no lo hago no me puedo equivocar. De este modo la persona con miedo al fracaso empieza a caer en la inacción, en la apatía, en el estancamiento.
Sin darse cuenta, su miedo al fracaso crecerá cada vez más, pues al no intentar nada, no fracasará, pero tampoco nunca podrá saborear el éxito, entonces no encontrará cómo reforzar su ya dañada autoestima, y de esta manera sus miedos se irán haciendo cada vez más grandes.
¿Cómo tratar el mido al fracaso (atiquifobia)?
El tratamiento de la atiquifobia suele ser complejo y a veces prolongado, aunque esto dependerá de la severidad del caso. Básicamente, se trata de enfocarlo de manera conjunta desde dos ángulos:(2)
Medicación
Si los síntomas de ansiedad son muy marcados, y la persona padece mucho a causa de estos, será necesario reducir los niveles de ansiedad inicial con un tratamiento farmacológico adecuado para estos casos, que sin lugar a dudas deberá ser prescrito por un médico especialista en la materia.(2)
Psicoterapia
La medicación nos ayudará a manejar la ansiedad, pero necesitamos de la psicoterapia para modificar nuestros patrones de comportamiento y reforzar nuestra autoestima.(3)
Así en la psicoterapia debemos trabajar nuestro autoconcepto y nuestra autoaceptación.(3) Deberemos también analizar las experiencias de fracaso que hemos tenido anteriormente y cómo las hemos manejado. Es necesario también que analicemos nuestros paradigmas mentales sobre el fracaso y el éxito.
Por último, debemos enfrentarnos a aquello que tanto tememos, por lo que de forma gradual y paulatina debemos de ponernos en situaciones que impliquen el riesgo de vivir un fracaso y aprender a manejar nuestras emociones al respecto.
En este punto será importante también buscar situaciones en las que el paciente pueda experimentar el éxito, y hasta disfrutarlo. Pues no debemos olvidar que el éxito no es sino la otra cara de la moneda del fracaso.